Para Killian Jornet una carrera es una vida. Una vida que
comienza en la línea de salida y que se
extingue en el momento que se cruza la meta. Así es concebida una carrera, como
un círculo cerrado de duración determinada, como una burbuja y, como todas las
burbujas, efímera en la que hombre y montaña se enfrentan a un duelo por
enfrentar los límites que el atleta tiene y los obstáculos que la naturaleza
presenta.
Viendo el documental Camino al Everest protagonizado por el
skyrunner en el que se narran sus dos ascensiones al techo del mundo, aparecen
de forma continuada las dudas acerca de la posibilidad de cumplir la gesta que
Killian Jornet se propone. La mitología que rodea el Everest nos ha narrado que
su cima es incompatible con la vida y, mucho menos, con la capacidad para
realizar ningún esfuerzo físico. Si bien esta teoría ya quedó descartada con
las ascensiones sin botellas de oxígeno de Messner y Habeler, lo que
plantea el atleta supone el
enfrentamiento directo con la hipótesis de la imposibilidad de conseguir el reto
que el catalán se propone.
La razón de la imposibilidad viene dado por la escasa
concentración de oxígeno en el aire presente en semejante altitud, se estima
que apenas un 5%, en comparación con la que tenemos a los niveles de altitud en
el que desarrollamos nuestras vidas, que es del 21%. Por tanto, aquellos
capaces de hacer cima deberían ser considerados como prodigios de la
naturaleza, ya que si bien la cantidad de oxígeno puede ser suficiente para
permanecer durante un tiempo limitado bajo esas condiciones, es del todo incompatible
con la realización de cualquier esfuerzo físico moderado y mucho menos de alta
intensidad.
Killian Jornet representa, hoy por hoy, un nuevo modelo que está cada vez
más presente en nuestra sociedad: el atleta
de montaña. Cada vez es más
frecuente, ver por los GR y rutas de montaña de nuestro país a atletas
completamente pertrechados de tecnología deportiva, que abandonan el asfalto de
la ciudad donde hay un runner en cada
esquina esperando el inicio de su carrera, y se lanzan a la montaña a buscar la
exploración de sus propios límites. Es este, como el de los primeros
alpinistas, un afán por abrir nuevas trayectorias vitales en la exploración de
uno mismo y de enfrentarse a nuevos desafíos que fortalezcan no sólo el cuerpo
sino la personalidad.
Correr en montaña implica un conjunto de adaptaciones fisiológicas
destinadas a corregir la mecánica de carrera y, sobre todo, a aumentar el suministro
de oxígeno a células y músculos. Killian tiene una fisiología privilegiada para
este deporte fruto de sus horas de entrenamiento, de su crianza en un entorno
de montaña, su deseo de mejora y su gran fortaleza mental. Todo ello le permite
sortear pendiente superiores al 50% de desnivel y ser capaz de salvar 2.000
metros de desnivel positivo en apenas una hora.
La naturaleza y el entorno nos presentan continuamente unos límites
que, libremente, decidimos explorar. Fronteras que toman la forma de imposibles
que nunca seremos capaces de sortear. Sin embargo, son muchos los que se han
aventurado a desafiar sus propio físico y no dejarse arrastrar por el
agotamiento haciendo todo lo posible por culminar lo que, de partida, no era
más que un sueño. Los alpinistas hace décadas comenzaron a enfrentarse a estos
límites venciendo los miedos propios y los ajenos.
El secreto de la superación de los límites no parte
únicamente de una fisiología privilegiada y unas piernas capaces de salvar
cualquier muro de piedra. La verdadera clave parece estar en la preparación
para enfrentar la soledad de la montaña, encarar situaciones en que aparece el
sufrimiento sin contar con apoyos y persistir. Cada vez son más los que,
desoyendo los mitos fundacionales de las montañas, buscan hacer estallar las
burbujas de sus limitaciones.
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